HUYAMOS, AMOR, HUYAMOS

Amor, huyamos del museo de torturas que es la calle.

Espantemos la tristeza de los feos,
hagamos trizas la arrogancia del inepto,
la altanería de las guapas.

Ahuyentemos la inseguridad del victimado,
la ingenuidad de los novatos,
la imposición de los tiranos.

Escapemos de la falsa sonrisa de las viudas tristes,
de los elogios por compromiso,
de los amores suicidas.

Extingamos la haraganería de los artistas,
el eterno deambular de la gente en domingo,
la decepción del abandonado.

Volemos lejos de las caravanas sin rostro,
de la desconfianza del extranjero domesticado.

Evaporemos a las princesas de vestido corto y ego largo,
el pecho hinchado de los machos ignorados.

Expulsemos el sol del rostro,
los pies de la lluvia,
el enojo rojo del semáforo en verde.

Amor llévame contigo, ahí donde la ira no engorda.

Elvira Ávila

LA PROPINA DE LOS LOCOS

Este circo de concreto que es la ciudad alberga una oleada de locos. Locos para todos gustos. Para todos sustos. Regularmente los que sí se bañan (los “cuerdos”) adoptan a los que no se bañan (los “locos”) en acto a dos mitades.  Una de compasión y la otra de deuda moral, que en par salen juntas con pegadas. Al amanecer los pirados se mueven al vals de la sombra y el sol y al desplomarse la noche cubren sus cuerpos con mantas de frío y hambre. El ciudadano (correteado por las agujas del reloj) ve en el vagabundo un espejo de lo que podría ser si deja de ser lo que actualmente es. Vive siempre amparado en la comparación, se sabe superior al sí-loco, al sí-indigente tanto así que apadrina con monedas de asco y oro la condición del desamparado. Lo arropa con el calor del desprecio para que no muera hecho hielo en el olvido de las tardes. Por su parte el loco, el sucio, el sintecho, el maniquí bañado en mugre y caspa ve en el otro a la gallina de los huevos de oro. La fuente de los deseos a la mano, pues es en la limosna donde se resume todo. La limosna es la propina que dan los “cuerdos” agradeciendo no estar en las suelas del desconsuelo. Es así que mientras unos dependen de la limosna/propina otros dependen del indigente de tal suerte que ambas partes se complementan en una extraña pareja de necesidades, de dar para no caer y pedir para seguir cayendo, para seguir recibiendo. Para seguir viviendo. Ambos saben cómo comportarse de acuerdo a su papel en la historia. Ambos saben que no quieren el lugar del otro. Que donde están es donde tienen que estar. Ambos viven anclados a la locura. Unos a la rutina, otros a la fantasía.
Ambos se miran y se preguntan «¿cómo puede andar el mundo con esos harapos de modos?»

Elvira Ávila

La paciencia de las ciudades

A veces quisiera tener la paciencia de las ciudades.
Caminan sobre sus lomos inflamando su locura
y ellas nunca se quejan.
Las rellenan con mancos, putas y locos.
Las afean de policías y torretas agresivas.
Las desgastan con marchas y plantones falsos.
Las cubren del frío bajo mantas de basura y odio.
Les entorpecen la vista con anuncios luminosos.
Las abren en canal de Norte a Sur.
Les inyectan los oídos con canciones para idiotas.
Las rompen en mil pedazos y nunca las reconstruyen.
Las bautizan con nombres de vergüenza.
Les taladran la piel con parroquias e indigentes.
Les fracturan la columna con puentes para suicidas.
Las violan.
Las escupen.
Las manosean.
Las asfixian.
Las venden.
Las malbaratan
y ellas tan firmes de orgullo
nacen con el alba
para morir por las noches
hinchadas de tristeza y autos.

Elvira Ávila

Oficio sin beneficio

Sé que lo que quieres son monedas,
tienes tiempo pa andar de pedinche,
hazte a un lado con tu hambrevieja.
Ládrale a otro hueso tu berrinche.

No voy a engordar marranas flacas.
No voy a patrocinarte el vicio,
pena ajena debería de darte
tienes oficio sin beneficio.

Tienes oficio sin beneficio.
Tienes oficio sin beneficio…

Elvira Ávila